martes, 11 de abril de 2017

La Bitácora del viajero: Museo Casa del Purgatorio, Guanajuato, Guanajuato




Una visita obliga es el Museo Casa del Purgatorio, Guanajuato, Guanajuato, que se ubica a un costado de la plaza de Valenciana. Para los que lo visitan, es claro que se trata de un museo que se relaciona con los sistemas de tortura que se implementaban por la Santa Inquisición. En 1569 el Rey Felipe II ordena aplicar en las nuevas tierras conquistadas, abarcando la llamada Nueva España y el Sur de América: El Concilio de Perú (La Santa Inquisición). La cual se aplica oficialmente en 1571 por estas tierras.

Pero haciendo un poco de historia podemos decir que la Inquisición española o Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición fue una institución fundada en 1478 por los Reyes Católicos para mantener la ortodoxia católica en sus reinos. Su abolición fue aprobada en las Cortes de Cádiz en 1812 por mayoría absoluta, pero no se abolió definitivamente hasta 1834[1].

En Guanajuato, hay una exposición de instrumentos de tortura que nos remota a la Inquisición española, que nos lleva a meditar cuantos fueron sometidos a torturas por sus pecados.  La Inquisición, como tribunal eclesiástico, sólo tenía competencia sobre cristianos bautizados,  pero en la práctica se extendió a todos los súbditos del rey de España, incluyendo en las colonias que se extendían hacia América.

El motivo que trajo como causa la Inquisición española, ha sido discutido por diversos investigadores[2]. Algunos proponen que fue por establecer una unidad religiosa; otros para debilitar la oposición policita local de los Reyes Católicos; también para acabar con la poderosa minoría judeoconversa; y por financiación económica. En las colonias, esta fue una de las causas, que llevo a michos con los inquisidores con el propósito de confiscar sus bienes.

En los primeros tiempos cuando la Inquisición llegaba a una ciudad, el primer paso era el «edicto de gracia». En la misa del domingo, el inquisidor procedía a leer el edicto: donde se explicaban las posibles herejías. Se denominaban «edictos de gracia» porque a todos los autoinculpados que se presentasen dentro de un «período de gracia» (aproximadamente, un mes) se les ofrecía la posibilidad de reconciliarse con la Iglesia sin castigos severos. La promesa de benevolencia resultaba eficaz, y eran muchos los que se presentaban. Sin embargo, a partir de 1500 los «edictos de gracia» fueron sustituidos por los llamados «edictos de fe», suprimiéndose esta posibilidad de reconciliación voluntaria[3].

Como la herejía no era sólo un pecado sino un delito, la confesión para ser absuelto —de hecho se recordaba en los edictos de fe que los sacerdotes debían remitir a la Inquisición a aquellos que se acusaran de pecados contra la fe— por lo que su confesión debía ser pública. Esto condenaba a la vergüenza de un auto de fe público incluso a aquel que confesaba su falta de forma libre y espontánea. Además no bastaba con denunciarse a sí mismo sino que había que denunciar también a sus «cómplices» -incluso si habían muerto, porque en ese caso sus restos se exhumaban y quemaban—, una obligación que se extendía a todos los creyentes bajo pena de excomunión.

Los delatores se mantenían en el anonimato y si sus afirmaciones se demostraban falsas no eran castigados con la misma pena que le hubiera correspondido al acusado. De esta forma se facilitaban las denuncias, y se protegía a los testigos de las presiones y de una posible venganza, pero también se permitía con ello que muchas de ellas se debieran a motivos de animadversión personal o para deshacerse de un competidor[4].

La detención del acusado implicaba la confiscación inmediata de sus bienes por la Inquisición. Estos se utilizaban para pagar los gastos de su propio mantenimiento y las costas procesales, y a menudo los familiares del acusado quedaban en la más absoluta miseria. Si el detenido era una persona importante podía tener criados con él pero debían permanecer encerrados junto con su señor todo el tiempo que estuviera detenido. Por otro lado, los reos permanecían absolutamente incomunicados —no podían recibir visitas y no podían mantener contacto con los otros detenidos—, y tampoco tenían derecho a asistir a misa ni a recibir los sacramentos ya que se presuponía que eran "herejes".

La tortura se convirtió en la forma de confesión. La tortura era siempre un medio de obtener la confesión del reo, no un castigo propiamente dicho. Se aplicaba sin distinción de sexo ni edad, incluyendo tanto a niños mayores de 14 años como a ancianos. Se concebía que el tormento era un medio seguro de conocer la verdad. Hay hombres débiles que, al primer dolor, confiesan incluso los crímenes que no han cometido; en cambio hay otros, más fuertes y obstinados, que soportan los mayores tormentos[5]. En la Nueva España, Juan de Zumarraga obispo de la catedral, se le otorga el poder inquisidor en el año 1528.  La colonia española exigía mayor tolerancia para los indios conversos al cristianismo, un caso del proceso del cacique Don Carlos de Texcoco, que no fue controlado llevado a la hoguera.

Los motivos por los que podías ser juzgado en la Inquisición eran los siguientes:


  • Renegar de Dios.
  • Maldecirle y blasfemar.
  • Hacer homenaje al Demonio, adorarle o hacer sacrificios en su honor.
  • Dedicarle los hijos.
  • Matarlos antes de bautizarlos.
  • Consagrarlos al Demonio, incluso antes de nacer.
  • Hacer propaganda de la secta.
  • Jurar en su nombre, como signo de honor.
  • Cometer incesto.
  • Matar a un ser humano, en especial a niños pequeños, comerlos.
  • Comer carne humana, beber sangre desenterrando para ellos a los muertos.
  • Matar por medio de venenos y sortilegios.
  • Matar ganado.
  • Destrozar cosechas.
  • Tener cúpula carnal con el Demonio.

Las torturas que se aplicaban podrían ser dependiendo del motivo las siguientes.


  • Tortura de la garrucha consistía en amarrar al preso con los brazos hacia atrás, colgarlo y subirlo lentamente. Cuando se encontraba a determinada altura era soltado bruscamente, sujetándosele fuertemente antes de que tocase el piso. 


  • Tortura de los azotes el preso era inmovilizado en el cepo de las manos y del cuello, dejando desnuda su espalda, en donde le aplicaban la cantidad de azotes que determinase eltribunal. Su número variaba entre 50 y 200. 
  • Tortura del potro consistía en colocar al preso sobre una mesa, amarrado de las extremidades por una soga sujetada a un carrete , el cual, al ser girado poco, a poco las iba estirando en sentido contrario, causándole así un terrible dolor. Éste era, en la época, el instrumento de tortura más empleado en el mundo. 

  • Tortura del agua estando el procesado totalmente inmovilizado sobre una mesa de madera, le colocaban una toca o un trapo en la boca, deslizándolo hasta la garganta; luego, el verdugo procedía a echar agua lentamente, produciéndole al preso la sensación de ahogamiento.  


  • Zapatos castigadores los zapatos metálicos de la imagen poseen en la planta unos pinchos que en caso de apoyar al planta de pie se clavan por la parte baja del pie, para no perforarte debías mantenerte de puntillas el máximo tiempo posible, para más sufrimiento este método de tortura se combinaba con un sistema que inmovilizaba las manos y muñecas cerca de la cabeza y te obligaban a permanecer erguido 
  •  La pera dependiendo del género del torturado la pera era introducida por el ano o la vagina, una vez dentro de tu cuerpo se giraba una manivela que abría el artilugio en tu interior causando un dolor insoportable, además de la expansión el objeto tenía en su punta unos pinchos se clavaban en tu interior. 


  •  Purificando el alma en muchos países católicos, el clero creía que las almas malditas se podían limpiar si se hacia ingerir al condenado agua hirviendo, carbón ardiendo o ambas en combinación.
  •  La jaula colgante a la víctima era inmovilizada por una jaula, normalmente se colgaba al preso desnudo para ser expuesto a la multitud como símbolo de terror. La muerte podía tardar semanas, en las cuales el torturado podía fallecer debido al extremo frio, el calor o como en la mayoría de los casos por hambre o sed. 

 
  • El machacador de cabezas un utensilio en el cual introducían tu cabeza y mediante un rodamiento te apretaban la cabeza por arriba , mientras que por abajo estaba el tope con tu barbilla. Los dientes estallaban o se iban clavando en los huesos de la mandíbulas, los ojos se salían de sus cuencas debido a la presión cuando el cráneo se rompía y finalmente podía incluso salirse el cerebro por los oídos. 


  •  Quemado en la estaca se utilizaba para acabar con la vida de las brujas. Se creía que con el fuego se purificaba el alma de la ejecutada y se impedía que su "maldad" se propagase entre los demás aldeanos.
  • La zarpa de gato § el torturado era colgado desnudo y con un instrumento dotado de garfios en la punta y era "rascado". Las afiladas uñas de esta zarpa de gato desgarraban la piel y arrancaban tiras de carne, a menudo los garfios penetraban tan hondo que dejaban el hueso a descubierto e incluso podían "rascarlo". El torturado solía morir desangrado o quedaba inconsciente debido al dolor.
  • Las botas las piernas de la victima se colocaban entre dos planchas de madera que se unían por medio de cuerdas. Entre las piernas se situaban unas cuñas que la persona que realizaba la tortura golpeaba repetidamente con un martillo, se podían introducir hasta una docena de estas cuñas, cada vez que se realizaba un golpe preciso los huesos de las piernas se fragmentaban.
  • El empalamiento una enorme estaca perforaba y atravesaba tu cuerpo de un extremo al otro, se solía perforar al sentenciado por el ano hasta que la estaca salía por la boca. Normalmente en este proceso se solía morir pero se daban casos en los que se sobrevivía al sufrimiento durante casi un día
  • Brasero en llamas consistía en acercar a los pies del prisionero para que tuviese una primera impresión de lo que sería su muerte en la hoguera sino confesaba sus pecados.
  • Cuna de judas consistía en atar a la víctima de las muñecas y elevarla, para luego dejarla caer sobre una pirámide muy puntiaguda para que con su propio peso se le clavara en el ano, escroto o vagina. 

  •  La rueda el reo era ataba desnudo a la rueda, de pies manos y cuello; mientras que el torturador le rompía poco a poco los huesos de sus miembros, que era el objetivo de esta tortura, pudiendo aderezarla con hierros candentes, cortes, mutilaciones y algunas cosas más, que se le pasara por la imaginación. También era habitual, colocar un miembro de la víctima o todo el cuerpo, entre los radios de la rueda y hacerla girar, quebrantándole los huesos.  


  • El método de la toca las tocas o pañuelos que cubrían la cabeza de las mujeres. Esta toca, se introducía en la boca de la víctima, intentado que incluso llegara hasta la tráquea, y posteriormente se vertía agua sobre la toca, que al empaparse, provocaba en el reo una sensación de ahogo e innumerables arcadas.
  • La doncella de hierro era una especie de sarcófago provista de estacas metálicas muy afiladas en su interior, de este modo, a medida que se iba cerrando se clavaban en la carne del cuerpo de la víctima que se encontraba dentro, provocándole una muerte lenta y agónica.  




  • El péndulo las manos de la víctima eran atadas a su espalda y por ellas, era elevado. Al balancearse se producía la luxación de los hombros, codos y muñecas. Era habitual añadir peso adicional atando pesas a los pies del reo. A su vez se incluía la fustigación, que consistía en azotar a la víctima con una fusta o vara. 



[1] Albaret, Laurent: L’Inquisition, rempart de la foi?. París: Découvertes Gallimard, 2006.
[2] Bennassar, Bartolomé: Inquisición Española: poder político y control social. Barcelona: Crítica, 1981. ISBN 84-7423-156-6.
[3] Comella, Beatriz: La inquisición española. Rialp, 2004, ISBN 84-321-3165-2
[4] García Cárcel, Ricardo: Orígenes de la Inquisición española. El Tribunal de Valencia. Barcelona, Península, 1980. ISBN 84-297-1212-7
[5] Martín Hernández, Francisco (1980). «La Inquisición en España antes de los Reyes Católicos». En Joaquín Pérez Villanueva (dir.). La Inquisición española. Nueva visión, nuevos horizontes. Madrid: Siglo XXI. ISBN 84-323-0395-X.

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